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Canción para todos los días.

Canción para todos los días.

A veces sientes que tienes una vida miserable.

Lo sé.

A mi también me pasa.

Especialmente los lunes por la mañana.

Lloriqueando desde el domingo por la tarde.

«Ojalá fuera rico, me tocara la lotería, etc, etc, etc».

No hace falta, en serio. Si tuvierais mucha pasta, el aburrimiento también rondaría tarde o temprano.

Los ricos hacen idioteces porque se aburren. Están deseando encontrar un propósito en la vida. Algo que les emocione.

Y como todo el mundo valora infinito ganar mucho dinero y ellos lo tienen ya, pues les carcome el hastío.

«ñiñiñiñi, eso lo dices porque eres un tirado de la vida». No. Y me da igual lo que creas.

No, en serio, de nuevo. Cuando estás embarcado en proyectos que te apasionan, los días se te acaban enseguida y te faltan horas.

De esto va esta canción, de hurgar en la herida para hacernos pensar que hay otra manera de afrontar la vida. Y esa manera es hacer cosas, vivir el presente aprendiendo, descubriendo e ilusionándote a pesar de la rutina.

Y me da igual que sea hacer un currículum diferente o tener una conversación interesante con alguien o sorprender con un plan diferente.

Ser creativo es hacer y hacer y hacer y buscar otra forma de mirar la vida.

Pero antes, sufre un poquito escuchando «Canción para todos los días».

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Letra

No me jodas.

¿Dónde estoy? y ¿Porqué no me soporto?

Me puedo prometer pero me prometo poco,

la desgana se zampó al arrojo.

Cruces de gruñidos,

sacos en los ojos,

el peso invisible

de bajar los brazos.

Anuncios de cereales con sonrisas distópicas

y el sol arrullando por la ventana.

Y yo mientras tanto evito mi reflejo

con mi invierno nuclear tras la persiana.

Y al cruzar el umbral,

me adentro en un camino

de pasos vacíos

por un laberinto conocido.

La carrera de las prisas

para llegar a un despropósito.

Tu cuerpo se desplaza

con tu rostro desdibujado.

Gris oscuro, gris antracita, gris marengo

la invasión de los ultracuerpos.

Ya he llegado a mi destino. ¡Bien!

podría rimarlo con desatino,

pero no tengo el coño para farolillos.

Ahora el tiempo se vuelve pesado.

Deambulo por el cementerio de mis anhelos.

De nuevo sonrisas distópicas falsas

alrededor de un pozo negro.

Menú del día.

¿Algo más alienante que el menú del día?

Compendio monótono de alimentos sin alma,

bandejas de plástico,

bajo la fría luz fluorescente

del lugar de siempre.

Y allí estoy yo,

rumiando,

ajeno a mi,

o igual no tanto.

Igual soy este despojo,

tan inerte como iluso,

eminente piojo.

Arrastro mi sombra tardía

al abrazo cobarde del tedio

que supone lamer las botas

de quién asegura pagar mis facturas.

Déjà vu Inverso.

El regreso del héroe,

bizarra patraña.

Miras con desprecio al mendigo

no reparas que es un espejo.

Y al cruzar el umbral de nuevo,

me desnudo,

corbata, uniforme o mono…tonía.

Siempre corporativo, eso sí.

No falte la pose y la cara de idiota.

El fregadero me saluda

repleto de euforia.

Mi banda sonora

es el microondas,

amarillo gastado

el color de mi ocaso.

Y aplasto mi cráneo

frente a una pantalla,

como si no fuera suficiente

la que llevo incrustada.

Extinto el día

cierro los ojos,

no hago balance,

prefiero hacerme trampas

y proyectarme mañana.